sábado, 1 de noviembre de 2008

Cultura de violencia en Colombia

Como siempre, intentando descrifrar la cultura de mi pais, hoy me encuentro con una columna muy sencilla como la que a continuación reproduzco. El columnista describe de manera clara y precisa una parte significativa de nuestra cultura colombiana: nuestra aceptación de la violencia.
Creo que parte de esta aceptación tiene que ver con la supervivencia. En un país donde la mayoría no respeta las normas mínimas de convivencia, creo que adaptarnos a nuestro entorno es indispensable para sobrevivir, así sea acostumbrándonos a la violencia más sutil. Sin ánimo de justificar nuestro comportamiento, creo que esa es una de las razones de nuestra situación.
Aquí está la columna:
Nuestra cultura de violencia
Por: Juan Carlos Botero
ESTA ÉPOCA DE BRUJAS Y FANTASMAS, curiosamente, me recuerda una realidad bastante más terrenal y aterradora, y es un hecho que la gente a menudo olvida: la violencia es un concepto relativo. Y me pasa siempre porque cada octubre, en un condado del sur de la Florida, surge un acalorado debate entre el público y las autoridades: si se debe permitir que los jóvenes salgan armados, en la noche de las brujas, con latas de espuma de afeitar.
No es una broma. Resulta que los chicos, como una travesura que suponen inofensiva, durante la noche emprenden batallas campales de espuma, y trazan dibujos en los vidrios de los autos y escriben frases de amor en las aceras. Hasta ahí no hay problema. Lo malo es cuando la gente, mucha de ella de la tercera edad, sale de la casa de sus familiares, luego de celebrar la recolección de dulces y de gozar con sus nietos disfrazados de princesas, piratas o superhéroes, y resbala en la espuma, fracturando un hueso que, a esa edad, siempre es grave. Sin embargo, lo relevante es el debate. Porque en un lugar así, en donde se discute en serio si la espuma de afeitar es peligrosa, cometer un acto realmente violento sobresale en toda su claridad.
Mario Vargas Llosa ha dicho que la violencia en una sociedad comienza cuando alguien se pasa un semáforo en rojo. Y no sólo por el peligro que el acto implica, sino por la falta de respeto que refleja hacia los demás. Y ahí está el problema, pues la gente olvida que la violencia es, como ya lo dije, un concepto relativo. En ese condado de la Florida, en donde se analiza si la espuma de afeitar representa un peligro para la comunidad, que alguien se pase un semáforo en rojo no es un chiste.
El drama de Colombia, en cambio, no es que un puñado de individuos cometan actos violentos. El drama es que la violencia ha sido tan frecuente en nuestro medio, ocurriendo en niveles tan elevados y constantes, que se ha creado una cultura de la violencia. Y en ese momento pasa lo mismo que sucede con el machismo. No es que los hombres en América Latina sean machistas. Lo grave es que la cultura es machista, y por ello contagia a todas las personas: a los hombres y a las mujeres, a los niños y a las niñas, y la población se vuelve, entonces, no sólo víctima del machismo, sino también su reproductor.
Igual pasa con la violencia. En Colombia hemos permitido que exista una cultura de la violencia, y ésta se ha infiltrado en la conducta diaria de la población. Se nota en la forma como la gente conduce su auto, o resuelve sus disputas domésticas, o castiga a sus hijos. Desde hace demasiado tiempo padecemos en carne propia, o vemos en los medios, tal avalancha de violencia, que sin saberlo nos hemos convertido no sólo en víctimas de la misma, sino también en sus reproductores.
En efecto, en un país en donde llamamos a los mendigos desechables; en donde asesinan a cuatro candidatos presidenciales en una sola elección; o eliminan a bala un partido político completo (como la UP); o la guerrilla, los narcos y los paramilitares cometen atrocidades que no se veían desde el Medioevo; y, para rematar, hay mínimas consecuencias (pocas condenas, mucha impunidad y escasa justicia), ¿qué tan grave es pasarse un semáforo en rojo? Parece un juego de niños. Un juego que refleja falta de respeto por el otro y, peor aún, por la vida del otro. En un contexto semejante, la vida misma pierde su valor. Y en ese momento todos somos perdedores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente artículo el de Botero. Cabe añadir que la violencia colombiana no se vive como tal, ningún colombiano (ni siquiera los peores asesinos que ha dado nuestro país) se reconoce como violento. Es más, el orgullo colombiano (Colombia la verraquera, decía una canción) de ser como somos es fuerte. Ahora bien, fuera de constatarlo ¿qué hacer? Tenemos tarea para años, no sólo saneando nuestras instituciones, sino metiéndole a la educación, durante varias generaciones.

Anónimo dijo...

Vuelvo sólo porque estaba leyendo el artículo de El Espectador acerca de la matanza de Segovia en 1988 y el miedo actual de los habitantes. Y mira lo que piensa el actual alcalde: "El alcalde Luis Alfonso Ochoa desestima la presencia de nuevas bandas armadas. Según él, son rumores que circulan en las calles. Sin embargo, advierte que este año han sido asesinadas 25 personas, entre ellas el personero Jairo Luis Álvarez (el 31 de octubre), quien se caracterizó por la atención a las víctimas de la violencia y su condena al aniquilamiento de jóvenes adictos". A lo mejor 25 muertos en un año en un municipio es algo irrelevante para que se hable de violencia!